Hace unos días escuché una historia que me impactó, de los labios del propio protagonista. No quiero mencionar su nombre por respeto a que es su testimonio y yo sin preguntarle quiero contarlo porque siento que su historia de vida, significó un sacudón de mi alma, que se suma a los ya recibidos últimamente.
Voy a llamar al protagonista, Pedro. Pedro nació en el seno de una familia cuyo sustento, generación tras generación había sido la tala de árboles en la Sierra Nevada de Santa Marta y la venta de madera en el aserradero propio. Su padre le había regalado de quince años una moto sierra lo cual había significado para él una gran felicidad porque eso quería decir que ya se estaba volviendo adulto y le daban más responsabilidades en el negocio familiar.
Por 17 años Pedro se dedicó a talar la Sierra Nevada de Santa Marta.Especies de árboles como Caney, Roble, Cedros y otros fueron talados por Pedro. Cuando había una pedido grande y ya se había agotado una determinada especie, Pedro y sus hombres se adentraban más a la sierra buscando nuevas especies que talar como por ejemplo la especie Caracolí cuya envergadura puede llegar hasta 5 metros, con una edad de vida de hasta 500 años, Pedro los echaba abajo en unas horas. Así pasó el tiempo y Pedro comenzó a sentir un peso, un gusano roedor llamado culpa.
Escuchando el testimonio de sus propios labios, con una sonrisa casi de pena, iba contando su historia y explicando su dolor luego de llegar a un punto de no retorno en donde volteó la mirada atrás y miró su vida con desdén preguntándose: Qué había hecho todo este tiempo?
Cuando murió el padre de Pedro, la familia no tenía ni cinco tablas de madera para poder enterrarlo por eso pensaba que todo había sido una maldición por haber aserrado la Sierra.
Tomó la decisión de nunca más volver a cortar un árbol, y con el poco dinero que le quedaba y con la ayuda de algunas entidades como el Sena, comenzó a construir un vivero y a recolectar las semillas de las especies que había en los bosques para comenzar a sembrar nuevamente. Fue un nuevo comienzo para él, un giro de 180 grados para su vida, sin mirar para atrás, sin machacar el error cometido sino pensando en cómo enmendarlo, en cómo redimirse con la tierra a la cuál le había hecho tanto daño.
Hoy es un líder de la reforestación de la Sierra Nevada de Santa Marta esa a la que alguna vez le arrancó árboles de 500 años. Lucha contra la tala ilegal, reforestando y contando su testimonio de vida.
Lo escuché de su propia boca, me afectó y me hizo pensar en que todos al igual que Pedro tenemos algo de culpa, porque consumimos irresponsablemente sin hacer un alto y sin pensar en cuál es la historia de lo que compramos, de dónde viene y para dónde va. Todo es una cadena interminable dónde cada uno le suma un eslabón, como la cadena del fantasma de Marley del cuento de Dickens.
Lo escuché con mis propios oídos porque ese día, mi esposo, un grupo de viajeros y yo íbamos a subir la Sierra unos cuantos kilómetros para tirarnos en neumático por el río Palomino pero antes llegaríamos al vivero de Pedro por un árbol para sembrar a la orilla del río. El camino fue empinado y arduo, llevando el neumático de una mano y el pequeño arbolito de la otra, transpirando y sedientos bajo el sol abrasador pero con la esperanza de sembrar el arbolito y si acaso algún día regresar para ver su progreso, para saldar una cuenta, para redimirnos también.
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Entrada by Adri Marti